¡Digno eres, oh Señor, y el Cordero Que fue inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra y la alabanza! Padre, no hay nada en el cielo ni en la tierra que se compare a la maravillosa gloria y gracia que has derramado con incalculable abundancia en esta raza de hombres caídos a través de nuestro Salvador Jesucristo cuando Lo enviaste al mundo para que se convirtiera en la propiciación por nuestros pecados, y que a través de Su muerte y resurrección nos ha redimido del abismo del infierno.
No hay nada más bello ni digno de nuestra admiración, asombro y alabanza eterna que aquellas heridas glorificadas del cuerpo de Cristo que, con Tu gracia, nos han liberado de la esclavitud del pecado, de Satanás, de la muerte y del infierno.
No solo nos creaste con la fuerza de Tu poderosa mano, sino con Tu gracia hemos sido comprados a un precio; el de la hermosa sangre de Jesucristo. Nunca nos dejes familiarizarnos demasiado con todo lo que hizo por nosotros el Señor Jesucristo cuando Lo enviaste para que muriera por nuestros pecados y redimiera nuestras vidas de la destrucción. En nombre de Jesús,
Amén.
Los cielos declaran la gloria de Dios y la tierra se une con ellos en un coro magnífico de alabanza merecida en Tu santo nombre. Sin embargo, no debe haber mayor proclamación de Tu gracia y gloria ni declaración más merecida de Tu maravilla y gracia que la adoración que sale de los labios de los pecadores salvados mediante la gracia, pues con Tu sangre nos has redimido y nos has puesto Tus propias vestiduras de justicia. Mereces nuestra infinita alabanza y gloria a lo largo del tiempo y por los siglos de los siglos.
Te alabamos y Te agradecemos por Tus promesas grandiosas y hermosas. Que no cesen la siembra y la siega, el día y la noche, el verano y el invierno, pues Tu misericordia perdura para siempre. Haces salir Tu sol sobre los perversos y los salvados, y envías abundante lluvia sobre los justos y los injustos. Sin embargo, Señor, no hay testimonio más grande sobre Tu benevolencia y paciencia que la oportunidad de ser redimido por la sangre de Tu Hijo unigénito. Un don de gracia que extiendes al mundo de los hombres caídos. A nuestro Dios sea toda la bendición, la gloria, la sabiduría, el agradecimiento, el honor, el poder y la fuerza, por los siglos de los siglos,
Amén.
Padre, vivimos en un mundo que está cada vez más lleno de odio, donde los cambios y las transiciones abundan en nuestras vidas, y pareciera que nos estamos convirtiendo en una sociedad peligrosa que no se parece en nada al mundo que alguna vez conocimos. Padre, sentimos cada día más la necesidad de aferrarnos más a Ti, pues sabemos que eres un Dios que nunca cambia con nosotros.
Ayúdanos a fijar nuestros corazones y mentes en Tu verdad eterna e inmutable y a lavarnos día a día en el río purificador del agua de la Palabra.
Rogamos que nos protejas de aquellos que intentan debilitar nuestra confianza en Ti, y haznos resistir con paciencia a las dificultades que debamos enfrentar. Haz brotar en mí una actitud de alabanza y adoración, sin importar las circunstancias, y ruego que me ayudes a edificarme en la fe, a la espera de la gloriosa aparición de nuestro grandioso Dios y Salvador, Jesucristo.
Sin importar las dificultades y los peligros que deba enfrentar, ruego poder acercarme cada vez más a Ti mediante la oración, la súplica y el agradecimiento, con una actitud genuina de alabanza y agradecimiento por todo lo que has hecho en mi vida. Ruego en nombre de Jesús,
Amén.
Padre, nos encanta escuchar el maravilloso mensaje angelical que enviaste a la humanidad aquella primera mañana de Navidad, cuando un coro celestial cantó su glorioso estribillo "Gloria a Dios en las Alturas, y en la tierra paz entre los hombres". Cuánto nos regocijamos al recordar la gloriosa razón por la que enviaste a Tu Hijo unigénito para que naciera en una raza de pecadores y viviera una vida perfecta, de manera que, con Tu gracia, se convirtiera en la propiciación por nuestros pecados y reclamara aquella paz entre Dios y el hombre que hace tantos años se perdió en el jardín.
Aunque aquel coro celestial hace 2000 años cantó con alegría su estribillo, que la luz de su glorioso mensaje de gracia resplandezca en lo profundo de los corazones de los hombres y de las mujeres en todas partes, para que Jesucristo sea ensalzado en los corazones y en las mentes de muchos, pues el Mismísimo Jesús prometió: "Si soy levantado de la tierra, atraeré a todos a Mí mismo".
Rogamos que atraigas a muchos a Tus brazos de perdón, gracia y misericordia.
Nunca nos permitas dejar de glorificar el eterno mensaje de paz en la tierra y de buena voluntad hacia los hombres, pues solo Tú eres digno de todo el honor y la alabanza. Rogamos en nombre de Jesús,
Amén.
Gracias, Padre, por Tu abundante provisión y Tu generosa mano de bendición que día a día derramas en cada uno de nosotros. Eres un Dios bondadoso y poderoso Cuya gran compasión y misericordias se renuevan cada mañana. Grandiosa es Tu fidelidad hacia nosotros y hacia todos los hombres.
Te alabamos, Te adoramos, Te glorificamos y Te damos gracias por Tu gran gloria. Levantamos las manos en adoración y alabanza ante Ti, pues solo Tú eres digno de nuestro temor reverencial y nuestra alabanza humilde.
Sin embargo, Padre, no solo Te alabamos y Te damos gracias por haber atendido fielmente nuestras necesidades cotidianas, sino por el maravilloso don de Salvación que has brindado generosamente a todos los que creen en el Señor Jesucristo por la gracia y mediante la fe.
Nunca nos permitas dejar de adorarte en pensamiento y en acción ni dejar de vivir nuestras vidas con asombro y admiración, pues sabemos que el Creador eterno y el Dios todopoderoso del universo debió morir para salvar a un pecador como yo. Alabado sea Tu nombre por los siglos de los siglos,
Amén.
Dios Grandioso, si tan solo Te vislumbrara en toda Tu majestad, también me postraría sobre mi rostro ante Ti. Ruego que me enseñes Tu gloria.
Amén.
Señor, hazme conocer Tu gloria. Hazme aprender de Moisés, David, Pablo y otros cuyo profundo anhelo de conocerte les permitió conocerte de manera más íntima. En nombre de Jesús,
Amén.
Señor, permíteme unirme a aquella comunión sagrada contigo. Déjame ver fugazmente Tu gloria. Estoy dispuesto a jamás volver a ser el mismo, y quiero que me impregne aquel fragante aroma que se genera al estar ante Tu Presencia.
Amén.
Dios Padre, hoy adoro a mi Señor Jesús, por ser igual y la misma persona y tener la misma gloria que Tú. Gracias, pues siempre puedo tener la seguridad de quién es Cristo; la mismísima imagen de Ti y de Tu gloria. Ruego en Su hermoso nombre,
Amén.