Padre celestial, qué asombroso acontecimiento el que se produjo aquella primera mañana de Navidad cuando el Hijo eterno de Dios nació en la raza humana como el Hijo perfecto del Hombre, y se vistió en un Cuerpo de carne humana, un cuerpo que el Padre había preparado para Él, de manera que se convirtiera en nuestro perfecto Redentor y salvara a una raza perdida de pecadores de la separación eterna de su Creador.
Resulta difícil de creer que Él nació para morir, de manera que nosotros pudiéramos renacer para vivir. Cuánto Te alabamos, Padre, por lo maravilloso de todo esto, y Te agradecemos porque la buena noticia que se proclamó ante los hombres de la tierra y que fue motivo de gran alegría es que aquel Niño Que nació de María y el Hijo Que envió el Padre se llama Jesús, nuestro Salvador.
Ayúdame a nunca dejar de asombrarme como lo haría un niño ante la gloria de aquella primera mañana de Navidad, cuando mi Dios y Salvador nació para morir por mí. Alabaré Tu nombre a lo largo del tiempo y hasta la eternidad, pues solo Tú eres digno de todo el honor y la alabanza. Ruego en nombre de Jesús,
Amén.