Dios Padre, cuánto Te alabo porque el Señor Jesús no solamente es mi Salvador Que murió en la cruz para redimirme de la separación eterna de Ti y resucitó al tercer día para compartir Su vida conmigo, sino también es mi Defensor celestial, mi representante ante Tu trono de gracia y, con Tu misericordia, me defiende contra el acusador de mi alma.
Gracias porque Él no solamente se identificó con mi pecado y pagó el precio de la redención, sino también me cubrió con Su manto de justicia y me hizo intachable delante de Tus santos ojos, por la gracia y mediante la fe. No soy digno de recoger las migajas que hay debajo de Tu mesa; sin embargo, Tú eres el Dios eterno de la misericordia y de la gracia, y has descendido para adoptarme como Tu hijo.
Lo único que puedo hacer es alabar Tu santo nombre y ofrecerte mi corazón y mi vida como un sacrificio vivo, apartado y santo para el Señor. Glorificado seas en mi vida, y nunca me permitas dejar de alabarte en espíritu y en verdad durante todos los días de mi vida.
Ruego poder crecer en la gracia y adquirir un conocimiento cada vez más profundo de mi Señor y Salvador, pues al conocerlo recibiré vida eterna, en Cuyo nombre oro,
Amén.