Oh Cordero de Dios que, con tu ejemplo y mandamiento, nos enseñaste a ser mansos y humildes, dame gracia durante toda mi vida, en cada pensamiento, palabra y obra, para imitar tu mansedumbre y humildad. Haz morir en mí todo el cuerpo de la soberbia; permíteme sentir que no soy nada y que no tengo nada, y que no merezco nada sino vergüenza y desprecio, desgracia y castigo. Oh Señor, no me dejes buscar nada ni reclamar nada; y hazme pasar por todas las escenas de la vida sin buscar mi propia gloria, sino que manteniendo los ojos completamente en Ti y actuando completamente por ti.
Nunca me dejes decir palabras de autoalabanza, a menos que mi prójimo las necesitara; e incluso así, déjame tener cuidado, al sanar a otro, de no herir mi propia alma. Que mis oídos y mi corazón estén siempre cerrados a la alabanza que proviene de los hombres.
Hazme rechazar todo elogio, de la forma que sea y sin importar de qué boca provenga. Libera mi alma de este lazo del infierno; tampoco me dejes extenderlo a los pies de otras personas. Quienquiera que perezca por esto, deja que su sangre caiga sobre su propia cabeza, y no dejes que mi mano caiga sobre ellos.
Oh dador de toda buena dádiva y todo don perfecto, si en algún momento te complace obrar por mi mano, enséñame a discernir qué es propio y qué es ajeno, y a entregarte las cosas que te pertenecen. Puesto que todo el bien que se hace en la tierra lo haces tú mismo, déjame devolverte siempre toda la gloria. Déjame, como cristal puro, transmitir toda la luz que derramas en mí, pero nunca me dejes reclamar como si fuera mío lo que es de tu exclusiva propiedad,
Amén.
John Wesley