Señor, en el fondo de mi corazón sé que mi sobrepeso no Te honra, y recientemente he llegado a comprender que, al ser creyente del Señor Jesucristo, ¡el Espíritu Santo de Dios vive dentro de mi cuerpo! Qué maravilloso es darme cuenta de que mi cuerpo físico es templo del Espíritu Santo de Dios. Cuánto Te alabo por haberme dejado comprender esto. Este es un pensamiento maravilloso, y sé que nuestros cuerpos deben honrar al Señor en todo sentido en lo que digamos y hagamos, pero también en lo que comamos y bebamos, pues hemos de hacer todo conforme a la voluntad del Señor.
Perdóname, Señor, porque en lugar de honrarte, he caído en la gula, que ahora me doy cuenta de que es una forma de idolatría, lo cual me ha conmocionado. Señor, sé que muchas personas con sobrepeso tienen problemas de tiroides y que no son culpables de su peso, pero confieso que yo sí soy responsable de mi peso. Sin embargo, quiero cambiar mis hábitos alimentarios, no solo para lucir mejor, sino que, más importante aún, para poder honrarte con todo mi cuerpo, alma y espíritu.
Gracias, pues mi cuerpo es templo del Espíritu de Dios, y ruego que me ayudes a cambiar mis hábitos alimentarios, para así poder honrarte en cada ámbito de mi vida. Ruego en nombre de Jesucristo,
Amén.