Padre celestial, mis pecados son como la grana y mi corazón está ensangrentado y herido. Siento que ya no tengo derecho a ser llamado Tu hijo. He dedicado una gran parte de mi vida a complacerme a mí mismo, y poco me he preocupado de los sentimientos de los demás. Sé que he hecho muchas cosas que no Te complacen y que nada de lo que he hecho es justo delante de Tus ojos.
Señor, confieso mi soberbia y mi egoísmo insensato, y Te pido que me perdones. Señor, Tú prometiste en la Biblia que incluso si mis pecados son como la grana, los lavarías a través de la sangre de Jesucristo. Te pido que me perdones, Señor, pues sé que en todo he pecado contra Ti y contra nadie más.
Padre, mientras leo la parábola del hijo pródigo, siento que, al igual que él, ya no tengo derecho a ser llamado Tu hijo; sin embargo, al igual que el padre de la historia, me has concedido mucho más de lo que podría pedir o imaginar, lo cual es un maravilloso don de Tu gracia.
Gracias, Señor, por haberme perdonado y por haberte mantenido fiel a mí, incluso cuando fui infiel y necio contigo. Gracias porque cuando huí lejos de Ti, Tu deseo fue que yo regresara de manera penitente a Tus brazos.
Ruego que, a partir de hoy y con Tu fortaleza, me enseñes a vivir la vida que Tú quieres que viva y a comportarme contigo de una manera que honre Tu glorioso nombre. Ruego en nombre de Jesús,
Amén.